Dioses y legiones by Michael Curtis Ford

Dioses y legiones by Michael Curtis Ford

autor:Michael Curtis Ford [Ford, Michael Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-12-31T16:00:00+00:00


III

Juliano sufrió un terrible golpe cuando se enteró de la incalificable traición de la emperatriz. Por ingenuidad o pura ceguera, no había caído en la cuenta de algo que todo el Imperio sabía: que los hijos del césar serían herederos del trono y eso haría peligrar la posición de Eusebia, pues el emperador, en lugar de aceptar al hijo de Juliano, podría sencillamente divorciarse de ella y tomar otra esposa que pudiera darle un hijo. De ahí su traición.

Juliano me ordenó que no revelara a nadie lo que me había contado Matilda. Mentí o, mejor dicho, me limité a decir parte de la verdad cuando Euterio me interrogó. Le informé de que la muchacha había muerto por causas naturales y que su caso estaba cerrado. El sagaz eunuco sospechaba que había algo más, estoy seguro, pero no dijo nada. Juliano, aunque conmocionado, se mantuvo por fuera tranquilo y eficiente, con un rostro que parecía ser ahora de granito. Su camino, sin embargo, era descender de un infierno a otro, pues a la semana de mi vuelta de Sens llegó la noticia de que algunos enemigos de Juliano de la corte del emperador, entre ellos Florencio, Pentadio y Pablo el Cadena, habían conseguido que Salustio fuera reclamado en Roma alegando que estaba poniendo a Juliano en contra del emperador. Se decía que Salustio estaba propalando el rumor de que el césar, no el augusto, era el más grande dirigente militar y civil del Imperio y el único salvador y restaurador de la Galia.

Las acusaciones eran ridículas, por supuesto, pues el taciturno Salustio raras veces expresaba su opinión sobre alguien o algo, y aún menos sobre el emperador. Pero los aduladores de Constancio, celosos del éxito de Juliano ante los germanos y la vieja y conservadora burocracia romana dentro de la Galia, atribuyeron su eficiencia a los esfuerzos de Salustio. En realidad, no veían una forma mejor de poner la zancadilla al césar que privarle de la presencia del que durante largo tiempo había sido su consejero y amigo. Las astutas acusaciones que, expresadas en forma de elocuentes alabanzas a las aptitudes de Juliano, presentaban ante el suspicaz y paranoico emperador tuvieron el efecto de la sal marina frotada contra una herida abierta.

Al principio la noticia dejó perplejo a Juliano y Salustio reaccionó adoptando una actitud aún más taciturna de lo normal. Con todo, aun sabiendo que le enviaban a una muerte segura, no a la jubilación honorable y desahogada que tenía merecida por sus largos años de servicio al Estado, mantuvo el mentón alto y tardó menos de un día en guardar sus escasas pertenencias en un macuto de cuero que se colgó del hombro antes de despedirse. A Juliano le perturbaron la frugalidad de sus bienes y la prontitud de su partida, la cual retrasó un día más para organizarle una escolta de treinta legionarios montados y regalarle su propia armadura, retocada a toda prisa por el mejor herrero de la ciudad, junto con un pequeño cofre lleno de julianos de oro.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.